La sonrisa

Para Sean Hepburn Ferrer

El superman andaluz
RAFA PONTES



La sonrisa aniquila los insectos de la garganta,
ese enjambre áspero que deposita el cansancio,
la vergüenza y el miedo,
los sedimentos de la boca cerrada y seca,
la descarga eléctrica de la mueca del dolor.

La sonrisa aparece y allá van, delgadísimas,
las moscas infiltradas torpemente en la alegría,
alejándose, tropezando y muriendo locamente,
conforme la rutina del rostro amanece apaleada.

Toda sonrisa es un gesto maravillado,
la humedad acolchada
que se arrastra por el borde de la boca,
pendiente de partir en dos
la fresa de las meditaciones.

La sonrisa es siempre una isla,
el territorio inexplorado de la felicidad.
Quien sonríe confirma lo inabarcable,
le da cabida a la eternidad,
vive una historia de amor en miniatura,
un vehículo de traslación,
la biblioteca feliz de todas las sonrisas.

La sonrisa, que no renuncia ni se arrepiente,
pudorosa y sabia, golpea en un cuadro renacentista,
chorrea, plástica y multiforme,
el arco lunar de la boca entredicha.

No hay sonrisa involuntaria con punto débil,
no hay talón para el que sonríe
porque la medida de su paso es una estrella naciente.
No llega a explotar como la risa
y la miro reivindicar los diecisiete músculos de la serenidad,
la sonrisa, la sonrisa.

No se aprende ni puede pensarse
porque nace en el útero,
esa milésima de segundo en que la vida
reconoce que existen los ángeles y los superhéroes.