Hay muchos muertos que callan a 20.000 kilómetros de aquí.
JUAN GELMAN, Gaza
Estoy sumergida en el sueño. Me abro paso en
una guerra. Los tobillos de la batalla son delgadísimos y están clavados en el
desierto como espantapájaros de aves metálicas. Los oídos confunden el chirrido
del óxido con los pasos de un huésped que se odia. La frontera desangra sus
límites y justifica hasta el hartazgo. Pero un día se cansa de justificar y la codicia
saca su capote para comenzar su juego de tauromaquia sucia.
Estoy aquí, en una ciudad elevada en su
epicentro, con sus calles australes y sus bocinas roncas. Pero sueño que estoy
allí, en mitad de esa guerra lejana. Una lluvia de fuegos reales cae a la
altura de los pies de mi madre y de mi hermano. Quiero correr hacia el flanco
del cielo donde todo esté ordenado y el azul devuelva un marco de futuro a su
espejo. Correr hacia mí misma, sin andar de cuclillas bajo las mesas, repasando
el cartón duro del pan que comeré cuando la pared que me observa deje de
temblar. Me encuentro con una mujer, su negra silueta intenta ordenar los
huesos de un niño, su mirada en llamas amasa la cintura derribada del
horizonte. Ando entre cuerpos, pisando pequeñas almas que salen de sí hacia el
fusil, como atrapadas por el irrechazable destino de un imán. Me vacío de la
historia, de la memoria, de la infancia. Y llego a los sueños, a la mente de
alguien lejano que está perfeccionándolos, que me ve heroica y viva como un astro.
Sin embargo, no hay consuelo. La realidad sigue siendo la misma, nada la
corrige. Ni siquiera yo, desnuda frente a los ojos del hombre que acaba de
matarme.
2 comentarios:
Maravilloso, Sonia. Es un lujo leerte.
muitos beijos
Un gran texto!
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