16 diciembre, 2012

EL AGENTE INMOBILIARIO



 


Ha subido la marea en el ascensor,
corales y esponjas se pegan contra el espejo,
diminutas burbujas se confunden en el arrecife.
Al abrir sus puertas, el elevador ronronea,
abraza el agua que dejamos atrás,
escurridos de una ola, lánguidos,
despistados todavía. 
Poco antes en el semáforo, desconocidos,
cada cual deletreaba su pueblo del Sur
como quien afirma de memoria un refugio
y sostiene entre los dedos una raíz.
Ahora recorremos la casa,
tan pronto se cruzan tus ojos con los míos
tal vez por primera vez recuerdo
que he olvidado a qué he venido hasta aquí.
Palabras marítimas agolpadas contra el sofá,
desparramadas en la pared como gaviotas secas,
palabras tuyas que sorprenden en el frutero,
que se desnudan en la bañera,
que mueren en lo diques de la boca.
Palabras inseguras, tiernas, sin anclaje.
Y un impulso que pregunta –¿eres valiente?—
– Sí, eso creo— respondo.
–Las personas valientes siempre tienen éxito—
tus palabras se fijan a una lámpara gris
que enloquece en el mar del techo. 
– O tal vez simplemente son capaces
de tomar nuevas decisiones si las cosas van mal–
cae mi voz en el suelo
como una moneda en un acantilado.
No sé cómo llega tu mano a mi cintura,
no sé cómo explicarme que el mundo es este escalofrío,
dos niños intercambiando un velero, 
inventado un escondite,
dos adultos que se encuentran para visitar una casa.
–¿Volveré a verte?—
–No lo sé—
Sube la marea en el ascensor,
corales y esponjas se pegan contra el espejo,
diminutas burbujas se confunden en el arrecife. 


Poema para el libro en proceso Erótica imprevista.

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