Ars amandi

Para Peter Pan,

encantador del sur de Buenos Aires

Ovidio, inocente, me postras de rodillas.
Cedo como la tela
a la altura de tu cuerpo sonámbulo.
Poso mi boca, la dejo volar, volcar,
atravesar la mordedura de tu dolor.

Me repongo del golpe de tu cuerpo,
bordado en el vértigo, inflamado,
sincero en la locura de lo que desea.
Somos la fotografía en el instante tierno aún
en que se desmiembra una flor.

Imposible es la huella en mi vacío,
acaricio el anillo nacarado
que evitará el llanto de una infancia.
Asumo que nacer es rodar desde el parto
hacia esta especie de fruta umbilical
que me transforma en tu madre.

A toda bestia le favorece la mirada del otro,
por eso caigo al pozo azucarado
del que me está mirando en ti,
ese que a otra hora se desviste
para imitar con su mano
mi aprendizaje de beberte arrodillada.

El amor nos despeña contra su propio cuerpo.
Ese otro cuerpo que está detrás,
que está afuera del adentro de nosotros.
Ese que recrea una secuencia invisible,
el consuelo de un límite, el término
que justifica la imposibilidad.

Y nosotros amando adentro y otra vez
en el fondo amando nosotros
sin saber quién diablos decide nuestra indefensión,
la finísima obscenidad con que se es un niño en el deseo,
la desnudez de lo que hay en cada uno de animal puro,
el amor o la muerte que al consumarse se pudren.

Y mi boca llena de ti, Ovidio.
Amor. Amor. Amor.
Y este grito en que haces girar una cajita de música.