17 febrero, 2010

Desayuno con diamantes

Desde una edad muy temprana,
fui consciente de la existencia del sufrimiento y del miedo.
Por primera vez sentí la absoluta alegría de vivir.


AUDREY HEPBURN



Metales burdos, desequilibrados,
se precipitan contra el suelo.
La calle se contrae y brilla, parda,
como una mueca sucia.
Expulsadas partículas de sombra
estallan contra el frío de una bolsa de plástico.
La bolsa cumple un recorrido desesperado
por puentes y avenidas y llega al río,
y se posa sobre el agua, paralizando la noche.

Metales insignificantes, ácidos,
crepitan en la hoguera débil
con la que tres condenados descubren
el perfil exacto de sus manos en la lumbre.
Pequeños restos de plomo caen, revientan,
sobre el cuerpo de una estudiante en minifalda.
Con el alcohol de su garganta,
la muchacha engendrará a un hijo
que abandonará junto a la hoguera.

Metales burdos, cuchillos, asesino cristal de botella,
hierro mal fundido, un arma de zinc, blanca, un disparo,
se posan misteriosamente al borde de un corazón,
la piel se abre y propaga su agujero rojo.

Pero el dolor no me engaña,
esta sombra que insiste no es más que un revés
para que el mundo me encuentre.
Mi cuerpo y mis manos invocan una enorme cicatriz.
Estoy destinada al ejercicio de la alquimia.
Como tú, reconvierto los metales del abismo
y mi boca es un conjuro que dulcifica las estancias.
La vida sale de la muerte y se posa en una película,
que es igual a la vida, ilusoria y frágil,
como un sueño de cristal.

He aprendido a sonreír a la soledad y al desamparo,
he aprendido a amamantar al condenado y a salvar a la muchacha,
he aprendido que de una bolsa fría se deja arrastrar el amanecer.
Por eso ya no tengo miedo.
La calle brilla como un labio húmedo y el amor extiende sus señales.
Camino despacio y tarareo una canción.
La negrura de la noche ha tejido para mí
un vestido repleto de escaleras.
Desciendo y me elevo sobre la ciudad como un pájaro inaudito,
porque en toda oscuridad parpadea, invulnerable,
la sorpresa de la luz,
porque a pesar de todo,
entre los últimos escombros de la luna,
soy la que desayuna con diamantes.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

los días y los cielos se nos pintan paso a paso, todo lo que hay ahí es para ti, tú lo creas según caminas y vives

paula varela dijo...

ay sonia, con cuánto vértigo crecen tus letras, cómo se agigantan las palabras en tus manos.
excelente poema!
qué ganas de escucharte leyéndolo!
Te quiero amiga!

Sonia Betancort dijo...

Gracias, Santiago, me gusta mucho lo que dices. Un abrazo

Sonia Betancort dijo...

Gracias, Paula! mi querida amiga, qué decir...la alquimia, el susurro de reconciliar... Gracias por estar ahí, mi diamante insuperable!

amebaboy dijo...

No sabes cuánto me ha alegrado encontrarme este poema tuyo. La Audrey que hay en ti está a punto de su liberación total. Qué caminos más excitantes te esperan, y qué diamantes, y qué desayunos.

Sonia Betancort dijo...

Gracias!!! amebaboy! espero que en alguno de esos caminos supersónicos me acompañe el castellano más andaluz!! Un abrazo enorme, cronopio!!

Lumbre dijo...

Como la primera vez que te lei, siento esa interpretacion del alma. Cuesta creerse que despues de la noche viene el amanecer por esa puta costumbre de quedarse en lo que se conoce, que profundo, tranquilizador es leerte para saber que el miedo no es mas que una excusa historica. Te mando un beso gigante.

Martin

Sonia Betancort dijo...

Gracias, mi querido Martín, creo que la luz y la sombra no son más que polos complementarios que envuelven la complejidad de la realidad, pues la naturaleza o la frontera en que ambas fuerzas están unidas es tan misteriosa como el mundo...Un abrazo fuerte!!

Sonia Betancort dijo...

Hoy leyendo a Juan Gelman, encontré unos versos que hablan de algo muy similar a lo que torpemente intentan los míos, de la reconciliación y unión de oscuridad y luz:
"La oscuridad y la luz se juntan /
en la osculuz y se aman" (JUAN GELMAN)

David Cotos dijo...

Te quedo bonito, me gustan sobre todo las líneas finales.